3. ¡¡¡Tierra!!!

¿Tierra firme? Pensaba que podría comprar algún tipo de medicina para mis mareos y mis vómitos, así que, una vez el barco hubo atracado (¿quién inventaría ese término para esa acción concreta?), me dirigí a mi camarote para cambiarme de ropa y coger algo de dinero… Supongo que podría haber sido peor, pero en aquel momento, en aquel preciso momento y en aquella circunstancia, que me hubiesen desvalijado era casi lo peor que podría haberme pasado. Casi, porque lo que me ocurrió después estuvo apunto de costarme la cordura…

      Decidí, después de informar al capitán de mi problema, bajar a tierra. Si alguien puede creer que después de una semana en barco pisar tierra es como volver a andar, acierta de pleno. Mis piernas apenas me mantenían, y todo lo que no flotaba parecía estar en movimiento ante mis ojos. 

Era como si algo dentro de mí quisiera seguir bamboleándose con las olas en tierra firme. Comencé a marearme al dar los primeros pasos (qué paradójico, ¿no?), así que decidí irme a alguna tasca para sentarme y tomar algo para volver a abrir mi estómago. Después de vagabundear un rato, lo más pegado posible a las paredes, entré en un local que parecía acogedor. Conseguí sentarme sin que se notase demasiado mi pequeño divorcio con el equilibrio, y pedí una manzanilla bien cargada. Mientras el camarero volvía con mi manzanilla, decidí intentar relajarme y cerré los ojos. Era como si todo estuviese dando vueltas a mi alrededor. Sentía un vértigo increíble, pero cuando me acostumbré a aquello me encontré algo mejor…

     Cuando volví a abrir los ojos la manzanilla estaba sobre la mesa, completamente fría. Miré a la calle y comprobé horrorizado que estaba atardeciendo. Salí corriendo del bar, no sin antes oír detrás mía que el camarero me gritaba algo que no pude descifrar. Por fin, cuando conseguí distinguir las grúas de carga del puerto tras una esquina, comencé a respirar algo aliviado. Al girar la esquina, allí estaba: el puerto… pero sin mi barco.

Me derrumbé sobre el suelo sin saber qué hacer ni qué pensar… Ya no podría ser peor…, pero me equivocaba.

Al cabo de unos cinco minutos alguien me tocó el hombro: era el camarero del bar con una pareja de policías. Yo sé que me hablaban, pero apenas recuerdo lo que decían. Lo siguiente que tengo en la memoria es un largo periodo de tiempo en comisaría, respondiendo un montón de preguntas e intentando hacer creíble una historia que ni yo mismo hubiese sido capaz de inventar en una noche de borrachera.

Scroll al inicio