La trastienda

En «Los gremlins» un padre encontraba el regalo perfecto, de última hora, en un almacén en la parte trasera de una pequeña tienda; en «La historia interminable» Bastian leía a escondidas las aventuras de Atreyu y Fujur en el desván del colegio, sobre unas escaleras, medio a oscuras, a la luz de una vela; en Narnia tenías acceso a un mundo fantástico a través de un viejo armario lleno de ropa; en «La pequeña tienda de los horrores», Audrey II está medio marchita en el almacén del señor Mushnik, bajando las escaleras, hasta que Seymur la descubre y se convierte en una gigantesca «hija de puta del espacio exterior»… Todo empieza a ocurrir en los lugares que se ocultan detrás de las puertas del almacén.

En mis relatos todo ocurre primero detrás de las puertas de mi imaginación, donde se van amontonando imágenes, sonidos, olores, objetos, personajes, frases, situaciones… que sólo esperan ser iluminados con el pábilo de una vela ardiente para llamar la atención. Y una vez ocurre eso, tengo que limpiar, escarbar, pulir, destapar, reconstruir, unir, eliminar… hasta que creo que el objeto está listo para sacarlo al escaparate, a la vitrina donde pueda verse.

En eso ando, siempre: en lograr traer al mundo lo que crece en mi imaginación y que se convierta en algo potente o, al menos, que deje un mínimo poso, de lo que sea, en quien me lee. ¿Lo logro? Espero que sí. Porque ya lo decía Tolkien:

La fantasía es una forma superior del arte; de hecho, la forma más pura. Y así, cuando se logra, la más potente.

– J. R. R. Tolkien

¿Y quién soy yo para contradecirle?

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