Jirones en el tintero
"No hay que escribir si no en el momento en que cada vez que mojas la pluma en la tinta, un jirón de tu carne queda en el tintero" (TOLSTOI)
Tiempo de lectura:4 min., 56 seg.
Imagen: AP Studio Art 2014-15 (Lake Norman)
Se despertó con una extraña sensación. Se encontraba distinto. Tenía los ojos cerca del suelo, donde solía dormir por las noches, y notó que al llegar la mañana, la luz le molestaba más de lo acostumbrado y que veía el lugar donde reposaba de otra forma, como si pudiese distinguir menos sus rugosidades, sus texturas, sus distintas temperaturas…
Quiso moverse un poco, pero algo le impedía hacerlo de la misma forma en que acostumbraba. Trató de empujar su cuerpo hacia adelante, pero sus extremidades no respondían. Entonces notó que podía desplazar la mirada hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo. Notaba que su cabeza estaba más separada del resto de su cuerpo de lo que había estado siempre, lo cual le permitía ver más de sí mismo. Pasó una de sus extremidades cerca de los ojos y vio horrorizado que no era lo que esperaba…
En lugar de sus antiguas patas, allí había un brazo humano que, al pasarle por delante de los ojos le hizo sentir miedo, hasta que descubrió que era él quien lo manejaba. Giró la cabeza hacia el lado contrario y vio otro brazo. El resto de sus patas habían desaparecido de los costados de su cuerpo. En cambio, al final de él, alejándose hacia atrás, pudo ver dos extremidades nuevas; dos extremidades humanas que podía doblar por la mitad y en cuyo extremo tenían una especie de apéndice con pequeños salientes alargados que también podía mover. Recordó que había pasado toda su vida huyendo de aquellos apéndices que caían desde arriba hacia donde él se encontraba para aplastarlo.
Trató de avanzar sobre su vientre, como lo había hecho desde que nació, pero no pudo. Las nuevas extremidades que habían aparecido en su cuerpo no se apoyaban contra el suelo; sólo yacían sobre él. Hizo un esfuerzo titánico para darse la vuelta, y al fin, después de algunos minutos, lo consiguió.
Estaba mirando hacia arriba, extendido a todo lo largo, y notaba que su lomo percibía en toda su extensión el frío y la humedad del lugar en el que estaba tumbado. Lanzó las extremidades humanas más cercanas a su cabeza hacia atrás, para volver a darse la vuelta, aunque notaba que podía respirar perfectamente en esa posición. De repente vio que, apoyándose sobre aquellas extremidades, había dejado de estar en posición horizontal, al menos la mitad de su cuerpo. Ahora, una mitad de él, la superior, estaba hacia arriba, y la otra mitad seguía extendida. Podía doblar su cuerpo sin sentir dolor. Y, al cabo de un rato, también consiguió doblar por la mitad las dos extremidades que aún tenía en el suelo.
Trató de desplazarse haciendo fuerza con esas extremidades, y de repente notó que empezaba a elevarse, más alto de lo que nunca había estado. Pero seguía teniendo los dos extremos inferiores de su propio cuerpo apoyados sobre el suelo, como en equilibrio. Podía ver los apéndices de los que había huido toda su vida allí abajo. Pero esta vez eran suyos. Elevó uno de ellos y lo dejó caer de nuevo. Oyó cómo sonaba al golpear contra el suelo y sintió el golpe. Nunca antes había tenido esa sensación: la sensación de poder notar su propio peso sobre un par de apéndices que podía subir y bajar a su antojo.
Notó que podía desplazar aquellos apéndices hacia adelante, uno cada vez, y que el resto de su cuerpo los seguía. En pocos minutos consiguió controlar su nuevo movimiento y empezó a moverse, lentamente, a través de aquel inmenso túnel de ladrillo y agua que ahora le parecía putrefacto y antes era su casa.
Entonces apareció ante él un insecto. Lo vio abajo, desde su posición elevada, pequeño, indefenso, pero como retándolo con sus antenas y su quietud. Era una cucaracha, pero aún no lo sabía. Sólo sabía que tenía que acabar con ella. Levantó su apéndice inferior en el aire y lo dejó caer rápidamente, aplastándola.
Cuando volvió a levantar su extremidad, el insecto aún temblaba, aplastado, las antenas arrugadas y el cuerpo deshecho. Logró acercar sus ojos hacia la cucaracha doblando su cuerpo hacia abajo. Aprendía rápido a usar todas las posibilidades. Contempló aquel pequeño ser agonizando ante su rostro y algo se le removió por dentro.
– ¿Mamá? – se oyó a sí mismo balbuceando, sin saber cómo.
Luego siguió desplazándose hacia adelante, lentamente, con su nuevo cuerpo humano, a través de la alcantarilla.
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