Jirones
Tiempo de lectura:6 min., 40 seg.

IMAGEN: Walking People on Purple Clouds (Kaliya Ka)


Algunos ya viven en el lugar que les corresponde. Islas, ciudades, pueblos, platós de televisión, mansiones, trenes, bosques, casas prefabricadas, cuevas…, pero, ¿dónde andarán los demás? Los que no tienen una historia en la que desenvolverse. Los que nacieron un día merced a un arrebato, o a un sueño, o a un experimento, pero no han sido enviados a ningún sitio concreto, todavía.

¿Y esos que han sido olvidados? Esos que fueron imaginados un día, un instante, por casualidad, pero sólo fueron un relámpago creativo; algo que de repente restalla y desaparece. ¿Qué será de ellos?

Me los imagino vagando, solitarios, en silencio, cabizbajos, por lugares lúgubres, sin vida, sin paisaje… Deteniéndose en cada parada de autobús que se encuentren a su paso, comprobando hacia dónde se dirigen. Esperando, sentados, junto a otros desconocidos, a que llegue. Y descubriendo, resignados, que nunca es el suyo. Que deben seguir caminando sin rumbo fijo, a la espera de una dirección creada para ellos.

Mis personajes.

¿Qué pensarán de mí aquellos a los que hace años tenía siempre presentes y a los que, de un día para otro, he dejado de lado? Esos que fueron como mi conciencia, mi confesor, mi Pepito Grillo, mi consejero, mi paño de lágrimas…, mi amigo.

¿Qué andarán haciendo?

¿Qué será de mi Billybug (Bill Buganvilla), que iba a descubrir la magia que había en la isla Lula; y dónde estarán la tía Lula y Sallie la salamandra, que tendrían que ayudarle a recuperar los poderes de las hadas?

¿Qué será de mis Pablo y Tana, dispuestos a averiguar de qué pasta estaba hecho el Hombre del Saco; o qué estará pasando con mis Ron y Ted, perdidos en una excursión, de noche, en medio de un bosque misterioso y terrorífico?

¿Qué será de mis Howie, James y mi señor Lirb, contadores de historias de terror en una cueva? ¿Por dónde vagarán mis Isaac, Verónica y el tío Marins, que iban a tener unas vacaciones horrorosas por culpa de unas gafas para la nieve y la tienda de un viejo extraño?

¿Qué será de mi Ganímedes, el gato de aquella señora mayor sin nombre que ve cómo un extraño vagón correo queda parado sobre las vías frente a su casa, una noche oscura, fría y silenciosa?

¿Qué será de mi Gildor, el enano valeroso; o de mis Sariomar y Ammawel, destinados a vivir la mayor historia de amor jamás contada?

¿Qué será de mi Coronel, que partía en busca de un pueblo llamado Redención, al que sólo pueden entrar, aunque él no lo sabe, los muertos, y del que nadie sale jamás…?

¿Qué será de todos ellos y de los demás?

Tendría que crear alguna línea de autobús para que vengan a verme, y que me cuenten qué andan haciendo mientras yo no les llamo.

O tal vez, porque aquí no cabrían todos, podría imaginar para ellos una bonita sala de espera. Sí, eso es. Una «sala de espera de personajes». Un lugar donde puedan estar mientras no les llega su historia; mientras no se la ofrezca.

Será una sala inmensa, amplia, con todo lo que necesiten y en la que puedan estar cómodos mientras no tenga un relato para ellos. Allí podrán estar todo el tiempo que haga falta y si, por alguna razón, mi memoria deja de evocarlos, puedo darles permiso para que permanezcan allí siempre; no tendrán que vagar por lugares sin sombras ni siluetas.

O quizás mejor pueda escribirles una especie de jardín del Edén, para que escojan ellos mismos el sitio donde quieran esperar. Podrán elegir cuevas, valles, montañas, ciudades, bosques, ríos mares, cabañas, edificios… todo lo que sea que necesiten.

Y prometo ir a visitarlos de vez en cuando, sólo para asegurarme de que siguen bien.

Dejaré, de todas formas, les pediré, que hagan ellos lo mismo. En cualquier momento, sin importar la hora. Si duermo, los soñaré. Si estoy despierto, quizás pueda apartar un rato el ruido monótono de la realidad para concentrarme, aunque sea mínimamente, en ellos.

Me aseguraré de que estén todos y, si falta alguno, iré a buscarlo para traerlo.

A partir de hoy mis personajes no andarán perdidos por cualquier páramo de mi cabeza; tendrán un lugar en el que refugiarse del olvido. Un edén vagamente imaginado. Desde allí espero su visita mientras ellos esperan la mía. Vamos a ello:

«Edén era el lugar. Allí convivían todos esos personajes a los que no se les había asignado aún una historia. Un lugar donde no había sombras ocultas, ni miedos nocturnos. La luna brillaba siempre rodeada de estrellas; el sol iluminaba los campos dorándolos cálidamente; la lluvia era fresca y suave como un beso de buenos días; el mar susurraba historias que rodaban desde la lejanía hasta la playa, flotando sobre las olas que las depositaban convertidas en espuma sobre la arena; los ríos corrían caudalosos, límpidos, con pececillos que saltaban y jugueteaban entre las rocas; había árboles de mil colores que silbaban melodías, mecidos por el viento, y pájaros que ponían acordes a esas melodías…

Y las ciudades…, eran prósperas, tranquilas, sin contaminación ni peligros. Todo el mundo tenía un lugar donde dormir y qué comer…

Edén era el lugar donde cualquier personaje era bienvenido, no importaba su raza, su procedencia o el origen de su creación. Allí todos esperaban, tranquilos, a su historia; y había una gran fiesta cada vez que alguno de sus habitantes marchaba, por fin, a su aventura.

Eso era Edén, el refugio de todos los personajes perdidos u olvidados. Un lugar alimentado de sueños y protegido del mal por la diosa Aglaya, la que brilla, la esplendorosa, la resplandeciente… Ella es la que se encarga de dar la bienvenida a todos los que llegan nuevos, y la que los guía hasta el principio de su historia cuando esta se escribe.

Bienvenidos todos a Edén, esta es vuestra casa… hasta que llegue la definitiva.»

¡¡Cómo me gustaría poder ir de vacaciones allí, algún día!!

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