Irse de excursión

Soy un poco desastre para casi todo, lo reconozco. Si me fuese de excursión dentro de un mes me pondría a preparar las cosas el día antes. Y estoy seguro de que, al salir, iría pensando que seguro que se me olvidaba algo. Tampoco descarto que, en la mayoría de las ocasiones, pudiese ser verdad. Luego descubriría que podía pasar perfectamente sin esa cosa que olvidase, pero los primeros momentos serían de terror absoluto. Así soy: un desastre para planificar.

¿Y a qué viene todo esto? Fue Javier Marías el que dividió la forma en que cada cual tiene de enfrentarse a sus textos en escritores de mapa o escritores de brújula.

El escritor de mapa es el que lo traza todo antes de ponerse a escribir. Si seguimos con el paralelismo, planifica la ruta, las paradas, los caminos, controla el tiempo que va a hacer en el recorrido, qué tipo de calzado y ropa va a llevarse dependiendo de las zonas que vaya a atravesar… Digamos que le gusta tenerlo todo controlado. Luego vienen las bromas de la naturaleza y te cambia el paisaje en unos segundos, pero bueno, es probable que hasta eso tenga controlado nuestro «excursionista mapa«.

Por otro lado, el escritor brújula sólo necesita saber de dónde sale y, aunque no tiene por qué a veces, hacia dónde va. El resto le sorprende sin esperarlo, y reacciona a ello según lo que sea. Tal vez le baste un calzado cómodo, ropa ligera, y un comienzo de ruta para avanzar. ¿Hacia dónde? Muchas veces, simplemente, se deja llevar. Está claro que puede correr un peligro, que es el que corro yo cuando conduzco y que muchos de mis amigos y pasajeros han sufrido conmigo al volante: terminar en una calle sin salida o en un destino totalmente diferente al que planificaba… o, simplemente, teniendo que volver atrás para continuar desde un punto anterior.

De repente llega Rodrigo Cortés y se inventa lo del escritor dado: el que, simplemente, se sienta a escribir y va poniéndose trampas. Yo le llamaría más bien escritor tahúr. O sea, alguien que escribe una frase que le gusta y, de repente, piensa que, si lo lógico sería continuar esa frase de una manera determinada, ¿por qué no hacerlo de la forma contraria? Y así va construyendo el relato.

En mi caso, supongo que podría ser una mezcla de los tres, con más o menos de uno u otro según las circunstancias.

Cuando he salido fuera de España, de viaje, siempre he intentado no parecer un guiri en ninguno de los sitios que visitaba. ¿Qué significa eso? Pues nada de mapas fuera del hotel o en la calle (es verdad que ahora, gracias a los móviles, es todo mucho más sencillo), nada de mochilas cargadas con botellas de agua, comidas, medicinas, ropas de abrigo o frescas, según la época…; nada que pudiese hacer ver que no estoy en mi ciudad. Sí, es una manía personal. Y sí, tal vez tendría que hacérmelo mirar, pero, oye, ya no voy a cambiar eso. ¿Me ha supuesto problemas? En realidad no, salvo el de encontrarme perdido más de una vez o el de casi salirme de la ciudad que visitaba buscando cómo volver a mi hotel. Pero aquí sigo.

¿Qué quiero decir? Que no trazo mapas sobre las cosas que voy a escribir. No las planifico al detalle (que tampoco es que un relato tenga una trama complicadísima…), no pienso de dónde voy a partir y hacia dónde quiero llegar la mayoría de las veces. Es verdad que los relatos son más sencillos de controlar en ese aspecto, pero no hay una preparación milimétrica para sentarme a escribirlos.

A menudo parto de un comienzo o de un final, o de un personaje. Luego, en mi cabeza, voy dándole alguna forma, lo aboceto mínimamente, mientras paseo, o voy de camino al trabajo, o estoy viendo la tele, o me ducho…

En el relato «Espacio exterior», por ejemplo, me hizo ilusión empezar algo con la cabecera de la serie Star Trek. Luego, la historia fue creciendo conforme la iba escribiendo. Ni siquiera tenía previsto que fuese algo más o menos humorístico. Que el protagonista se llamase con los tres nombres de quienes llegaron primero a la luna surgió en el momento de tener que nombrarlo, no antes. De hecho, muchos de los protagonistas de mis relatos no se llaman de ninguna forma.

El mismo modus operandi es el que tiene el relato «El ministro»: el inicio es un remedo de la película «El crepúsculo de los dioses» de Billy Wilder. El Pito en Asturias y el palacio de los Selgas existen. Son lugares que busqué para darle un punto de verosimilitud al relato. ¿La historia? Reconozco que me dejé llevar un poco por el ambiente de la peli de Wilder y quise que el relato se desarrollase más o menos de forma paralela, al menos hasta donde podía recordar de la película. Luego…, estuve caminando por la trama, hasta que esta se asentó y acabó siendo lo que es: ChatGi le llamó «ciencia-ficción política».

¿Cuál es el resumen de todo esto? La mayoría de mis relatos se desarrollan en mi cabeza, que es donde crecen los personajes, o emergen poco a poco para luego desarrollarse mientras los escribo. ¿Las historias? A menudo son cosas que veo o escucho y que me retumban en el cerebro de una forma determinada. Por eso casi nunca sé, tampoco, si el relato será serio, humorístico, irónico, cínico… Sólo hay alguno que otro en que sí tuve claros los derroteros que seguirían. En los demás, sólo me dejo llevar un poco.

Entonces, ¿soy brújula, mapa, dado…? Pues supongo que un poco de los tres, pero entiendo que, en cuanto a los relatos, más brújula que otra cosa. Cuando me ponga a escribir algo más largo, y conociéndome un poquito, probablemente usaré un mapa con una brújula encima. Y tiraré los dados alguna vez.

El caso es que uses mapa, lleves brújula o tires dados, lo importante es empezar el camino. No hay nada más gratificante que darte cuenta de que estás en marcha.

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