Telamón

Su cuerpo parecía esculpido por los dioses. Sus camisas, absolutamente lisas y ajustadas, marcaban sus suaves formas masculinas, como un modelo griego. Sus labios dibujaban siempre una perfecta sonrisa enmarcada por sus carnosos labios.

Caminaba enhiesto, sin pavonearse, pero sabiendo perfectamente el efecto que producía al pasar. Su seguridad, su buen humor, su trato suave y amable, hipnotizaban.

Era un triunfador. Contaba sus viajes, sus conciertos, sus anécdotas de tal manera que las mujeres caían hipnotizadas bajo sus palabras. Y reían, y le miraban. Siempre había sido así, de manera que había conseguido vivirlo con naturalidad, como no dándole importancia. Como no dándose importancia.

Era consciente de que podría hacer casi cualquier cosa y se le perdonaría, aunque cuando usaba ese poder lo hacía de manera sibilina, sonriendo, siendo condescendiente sin que se notase, suavemente. Incluso rozando levemente a su interlocutor si era mujer, sin que ella tuviera la sensación de que invadían su espacio vital. Así conseguía muchas cosas.

Los hombres le veían como un competidor contra el que nada podían, porque también con ellos era encantador. Era uno de ellos. Sabían que no tenían nada que hacer cuando él estaba en la misma sala; iba a atraer todas las miradas femeninas, sin que pudiesen evitarlo. Y lo aceptaban, porque jugaba en su mismo bando. Pero realmente sentían alivio cuando no estaba o se marchaba a casa.

…y cuando llegaba a casa, abría en silencio la puerta, su gesto amable se disolvía, iba al frigorífico, cogía la primera bandeja de comida precocinada que pillase y, mientras se calentaba en el microondas, se ponía el pijama, se sentaba frente a la tele acariciando a su gato, y seleccionaba alguna serie que ver mientras llegaba la hora de irse a la cama, sin máscaras.

Scroll al inicio